Por: Vivian Murcia G.
@vivimur83 / @elportalvoz
Martín Caparrós (Argentina, 1957) es un hombre incómodo. Ha sido incómodo para los políticos de Argentina, para el Rey de España, para el Papa y un largo etcétera de personajes públicos a los que ha cuestionado. Pareciera normal ser incómodo cuando se es un periodista, al final, en la facultad lo que se enseña es que el periodismo -eso que uno pasa cinco años estudiando- es el contrapoder. Lo curioso es que cuando hay una reunión de periodistas, Caparrós también resulta ser incómodo.
¿Es tan difícil hablar de periodismo? Preguntaba Caparrós y a continuación carraspeaba como suele hacer cuando algo le molesta y pareciera estar tragándose las palabras o, mejor, palabrotas.
Esa pregunta incomodó a los periodistas que le acompañaban en una mesa redonda durante el cuarto Congreso de Periodismo Cultural, organizado por la Fundación Santillana en el Centro Botín de Santander, España.
Caparrós insistía: «¿Por qué será que cuando nos reunimos los periodistas terminamos hablando de dinero y de formas de financiación? ¿Es tan difícil hablar de periodismo?». Y uno de sus compañeros de mesa le recordó que «al trabajar para un medio ‘pequeño’ como el ‘New York Times’, pues poco tendría que preocuparse».
Caparrós carraspeó, claro, y dejó que la charla continuara sin meterse más en el lío.
El Congreso que llevaba como título El linchamiento digital fue la oportunidad para que los periodistas culturales debatieran sobre sus experiencias y conocimientos sobre las redes sociales. Los grandes medios como ‘El País’, ‘El Mundo’ o ‘La Vanguardia’ sentenciaron la denominada ‘tiranía del clic’ a la que se les estaba sometiendo a los periodistas en las redacciones. Según lo comentaron, en las redacciones de estos medios se enfrentan a pantallas que les indican el número de veces que cada lector hace clic en cada artículo, sintiendo una angustia terrible cuando sus textos caen en visitas. Una periodista contó que cuando estaba haciendo un artículo sobre el reciente Premio Nobel de Literatura en las redes sociales era tendencia (o trending topic) la enfermedad de un famoso. Ante la popularidad del tema en Twitter, el jefe le pidió que dejara el artículo del Nobel y escribiera una pieza, corta, simple, pero que la hiciera para que el mercado de clics les conviniera…
La otra cara de la moneda la protagonizaron los periodistas de los medios más pequeños quienes reconocieron que de no ser por el potencial de difusión de las redes sociales, su trabajo aún estaría rezagado, a la espera de que un gran medio lo publicase.
Martín Caparrós mantuvo una distancia poco complaciente en el debate sobre si los medios deben o no estar en las redes sociales: «son un instrumento que cada cual usa como le parezca», dice Caparrós quien es tajante en asegurar que «quienes se preocupan por las redes sociales es porque tienen temor, el temor de quien no hace un buen periodismo».
Ese fue el contexto de esta entrevista.
Pregunta: Tengo la impresión, y las evidencias, de que en este Congreso, muchos periodistas están satanizando a las redes sociales. ¿Usted las ve útiles para el periodismo?
Respuesta: A mí me sorprende la especie de desconfianza y rechazo contra las redes. Yo uso Twitter porque me sirve para el trabajo, pero no uso mucho las demás redes. En cualquier caso, me parece que son un instrumento y los instrumentos se usan para distintas cosas. Es como si condenaras al cuchillo porque puede usarse para degollar gente y muchos otros lo usan para cortar la comida.
Pregunta: Hay una resistencia a las redes sociales porque les han quitado el poder de concentrar la información a los grandes medios. ¿Siente que las redes sociales son un peligro para el periodismo?
Respuesta: No. A mí me sirven para consumir mejor periodismo. Yo uso mucho Twitter para saber donde hay buenos artículos, para llegar a ellos. Echar la culpa a las redes sociales es una forma de justificar el mal periodismo. No me parece que porque todo el mundo tenga una sartén los grandes chefs se vayan a preocupar por el deterioro de su oficio. Hay una especificidad en nuestro trabajo (el periodismo) que otras personas no saben hacer, así, como otros saben hacer muchas cosas que nosotros no. Quizás, los que se preocupan es porque no creen que sepan hacer nada original y, efectivamente, si creen que el periodismo consiste en dar tres datos a los que llaman información y pegotearlos sobre un espacio en blanco o contarlos con mala prosa, efectivamente, se ven amenazados. Cualquiera que haga un periodismo un poquito bueno, sabe que hay algo particular que no está en riesgo.
Pregunta: Le han calificado de ‘ingenuo’ en este congreso por creer que cuando hablamos de periodismo no deberíamos hablar de dinero. ¿Deberíamos vetar el tema del dinero los periodistas?
Respuesta: A mí me sorprende que desde hace unos años no hay encuentro, congreso o festival de periodistas en el que no se hable del producto, de la financiación, del mercado y una cantidad de cosas en las que yo, en los 30 años anteriores en los que he hecho periodismo, nunca había escuchado hablar en estos ámbitos. Soy necio, me parece que sí es importante cómo se financia lo que hacemos, pero no al punto en que pase a ser la cuestión principal. Si los periodistas se reúnen para charlar deberían hablar de cómo hacemos lo que hacemos, cuáles son nuestras herramientas, nuestras maneras.
«Las redes sociales me sirven para consumir mejor periodismo. Yo uso mucho Twitter para saber donde hay buenos artículos, para llegar a ellos»
Pregunta: Pero le critican que usted no se queja de dinero porque publica, entre otros, en el ‘New York Times’ o en ‘Anagrama’.
Respuesta: Bueno, pueden decir lo que quieran. Yo tengo ahora publicados libros sobre el trabajo que hice, por ejemplo, en los años ochenta y noventa cuando no conocía ni a Anagrama ni al ‘New York Times’, cuando trabajaba en revistas que sacábamos entre cinco amigos y, de todas maneras, hacía esos trabajos porque ya, desde entonces, era caprichoso y estaba ya convencido de que valía la pena hacer buen periodismo. Lo curioso es que los que suelen tildarme de ‘ingenuo’ por estas cosas son los que trabajan en organizaciones periodísticas turbias, que hacen muchos negocios y compromisos con dineros muy confusos, tan confusos como este encuentro que se convoca aquí en el Centro Botín, el apellido de la familia dueña del Banco Santander, qué más confuso que eso. A mí me hace gracia, pienso ¿qué es lo contrario de ingenuo?, es decir, ¿en dónde se pone aquel que puede tildar a alguien de ingenuo? y, supongo, que lo opuesto, en este caso, de la ingenuidad es el cinismo, es aquel que cree cómo son las cosas en la realidad y se adapta a esas cosas. Para mí lo que vale la pena hacer con la realidad es nunca adaptarse a ella.
Pregunta: Entonces, ¿cree que con la calidad se puede hacer un periodismo sostenible?
Respuesta: Sí, claro. Por supuesto, hay que encontrar las maneras de sostenibilidad y estas cambian con el tiempo. Durante buena parte del siglo XX, los medios se sostuvieron consiguiendo dinero de las grandes empresas que publicitaban en ellos, los Estados también ponían propaganda en ellos, entonces, esos medios, ahora tratan de convencernos de que otras formas de financiación no son pertinentes. Hay medios que por, justamente, hacer bien su trabajo, consiguen dinero de otro tipo, bien de su público, que es la manera más directa y más correcta o de fundaciones internacionales. En América Latina me gusta citar ejemplos como ‘El Faro’ de El Salvador, ‘La silla Vacía’ en Colombia, ‘Anfibia’ en Argentina, que viven con financiaciones de ONG’s otras entidades y su público lector, desmarcándose del dinero de la publicidad y del Estado. Me parece una forma, por lo menos, correcta y los resultados periodísticos son mejores porque no tienen los compromisos que la publicidad privada o estatal implica.
«Quiero creer que algunos medios ya se están dando cuenta de que al publicar cualquier porquería, simplemente porque atrae clics, lo que están haciendo es escupir para arriba»
Pregunta: En este Congreso se siente una nostalgia por ser el gatekeeper de la información, es decir, aquel periodista que seleccionaba qué debía salir y qué no en un periódico y, así, definía lo que era, en apariencia, la realidad, determinando al lector qué conocer y qué desechar. ¿El periodista ha perdido ese poder?
Respuesta: Seguramente uno de los grandes cambios que trajo al periodismo la tecnología reciente es que es mucho más fácil publicar lo que uno hace. En los años ochenta yo publicaba revistas con unos amigos y era muy complicado: había que conseguir dinero para comprar papel, conseguir una fotocomposición, llevarlo a imprenta, pagar la distribución… era un proceso muy caro, con lo cual, se iba muchísima energía y muchos quedaban, o quedábamos, agotados en el camino, ahora es infinitamente más fácil. La cuestión es que si lo que uno escribe es malo no lo leerá nadie y si es bueno tiene la posibilidad de que circule mucho más rápido y por todo el mundo.
«Lo curioso es que los que suelen tildarme de ‘ingenuo’ por estas cosas son los periodistas que trabajan en organizaciones periodísticas turbias»
Pregunta: ¿Cree en el periodismo ciudadano?
Respuesta: No he visto grandes resultados de este periodismo, me parece muy bien que todos tengan la posibilidad de publicar de algún modo y que se pueda ver lo que escriben y demás, pero no he visto grandes resultados. Es como cuando un señor pinta la pared de su casa y sale peor que si viene un tipo que lleva 20 años pintando paredes, hay un saber específico. Lo curioso es saber que muchos periodistas no creen que sepan nada y tienen miedo de todos los demás.
Pregunta:¿Qué le falta al periodismo de hoy?
Respuesta: Hablar del periodismo es falso. Siempre hubo buenos y malos periodistas, buenos medios y malos medios. Supongo que, ahora, el gran cambio tiene que ver con que apareció algo de lo que la prensa escrita se había salvado durante toda su existencia: el rating. Hasta ahora, estábamos exentos de caer en esa lógica espantosa porque no había forma de medir efectivamente el rating como se mide en la televisión y, aunque menos, también en la radio. Ahora, se puede medir segundo a segundo y muchos caen en la tentación de trabajar para la famosa ‘dictadura del clic’, eso es lo peor que le está pasando al periodismo. Quiero creer que algunos medios ya se están dando cuenta de que al publicar cualquier porquería, simplemente porque atrae clics, lo que están haciendo es escupir para arriba, tirar piedras sobre el propio tejado del periodismo. Trabajar para el clic es una especie de cambalache, pero, insisto, quiero creer que los periodistas van a terminar por abandonar esa práctica o si no la práctica va a terminar por abandonarlos a ellos.
«El clic es una especie de cambalache, pero, insisto, quiero creer que los periodistas van a terminar por abandonar esa práctica o si no la práctica va a terminar por abandonarlos a ellos»
Pregunta: También han estado en desacuerdo con usted por creer que en el periodismo caben los elementos narrativos. Es decir, que no se puede dar una información descriptiva como «ellos miraban a su víctima con odio» porque el periodista no tiene constancia de que esa mirada sea odio, no es un hecho fáctico comprobable si no interpretable.
Respuesta: Lo que no se puede hacer en periodismo es inventar cosas. El pacto de lectura es lo que diferencia a la ficción del periodismo. Cuando le dices al lector «estoy haciendo periodismo» es porque esas cosas que digo, esa descripción de la mirada de odio, por ejemplo, es porque las averigüé y me he fiado de mis fuentes. Luego viene en cómo cuentes las cosas. Si lo haces de una manera narrativa o no, pero esa es una posibilidad del periodismo. Si de algún modo averiguaste que esa mirada era de odio pues das por válido ese testimonio.
Pregunta: ¿Qué decirle a los jóvenes periodistas para que no mueran en el intento?
Respuesta: Que estén dispuestos a morir en el intento.
Foto: Vivian Murcia G.