Por: Luis Cabrera
La capacidad de fijar la imagen de una persona sobre un material perdurable ha sido una necesidad desde el momento en que comenzamos a entender el concepto de civilización. El retrato es sin duda una de los géneros artísticos más explotados.
Un retrato directo realizado a Mahoma o a Jesús, habría despejado miles de elucubraciones alrededor de estos personajes, por tan solo mencionar este par de ejemplos. Y es que la importancia de la imagen es tal, que, al ver a un sujeto de complexión delgada, tez bronceada, con barba, cabello, largo y ojos claros, muy probablemente lo asociemos al Nazareno. Pero surgen una serie de interrogantes. Ninguno de los autores de sus retratos tuvo contacto con él, ni lo llegó a ver siquiera. ¿Qué garantía tenemos que realmente haya tenido estas características físicas? ¿De dónde se hicieron estas especulaciones respecto a su apariencia? Simplemente, bajo convenio social (impuesto o no), lo aceptamos de tal forma.
Conocemos la apariencia de los líderes políticos, de artistas, de glorias deportivas, a través de sus retratos. Como género, lleva consigo una importancia inefable en el ámbito comunicacional de la memoria colectiva de la humanidad.
Orígenes
Hasta el momento hemos hablado solo de retrato, como género, y género no es más que un sistema de convenciones, la categorización fue su principal propósito. Durante los siglos XV y XVII, se fueron definiendo en Occidente entre las prácticas de representación visual, procesos de diferenciación temática (retrato, paisaje, naturaleza muerta, etc.). Estos procesos tienden a establecer un sentido normativo en la experiencia artística, así como convertirse en vehículo de referencias culturales.
Durante el siglo XVIII, en la conciencia artística está incorporado el concepto de género, como herramienta de clasificación. Hoy día aún se hace uso de este concepto para referirnos a ciertas producciones artísticas.
La fotografía aparece públicamente en el siglo XVIII, momento en que el concepto de género está latente, vigente, y radicado en la conciencia artística. Por lo que no es de extrañar, que fotógrafos usaran estas modalidades representativas, asumidas de la tradición pictórica.
Cuando nos ponemos en los zapatos de cualquier fotógrafo de la época, dispuestos a realizar un daguerrotipo, nuestro único referente la pintura, es de esperarse que los elementos estéticos, poses, y nociones generales, sean las adoptadas del retrato pictórico.
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