Por: Carolina González
La meta estaba del otro lado de la frontera. Milagros y Thais, su mamá, viajaban como voluntarias para colaborar en el pase de la ayuda humanitaria desde Colombia a Venezuela. Aunque las tareas eran distintas, había un objetivo común: Llegar a Tienditas. La cobertura de la jornada de ingreso a Venezuela de la ayuda humanitaria en la que ellas serían voluntarias era la tarea.
El punto de coincidencia fue la buseta que partió el viernes 22 de febrero desde el terminal del Big Low, en Valencia. Las vivencias fueron las mismas: Una concentración de vecinos en la autopista del Sur, en Tocuyito, al parecer en apoyo a Guaidó. Tres alcabalas de la Policía Nacional Bolivariana en Cojedes que retrasaron el viaje en al menos dos horas. En todas había la misma petición: Bajen los hombres con sus maletas.
Cerca de las 6:00 de la mañana del sábado 23, a la salida de San Cristóbal una alcabala de la Guardia Nacional impedía el paso. “Las busetas no pueden seguir, todos a caminar”. La protesta de la gente motivó la primera represión del día. Al menos 10 bombas lacrimógenas en pocos segundos obligaron a mujeres con niños en brazos y otros caminando, ancianos y a todos los pasajeros a iniciar a pie un trayecto que en carro tarda dos horas.
“El que quiera llegar que camine”
Desde distintas unidades comenzó a bajar la gente y a formar un grupo que a cada momento aumentaba en número. La solidaridad comenzó a aparecer. Un camión ofreció el primer “empujón”. Luego una buseta que atravesó Capacho hasta que otra alcabala de la GN obligó a desalojarla. La orden era que los vehículos no pasaran. “El que quiera llegar que camine”.
Desde San Cristóbal, grupos de vecinos se organizaron para alquilar unidades para el traslado hasta la frontera. Ellos habían logrado burlar las alcabalas hasta ese momento. No sin resistencia, algunos consintieron en trasladar a algunos peatones, no muchos, la mayoría siguió caminando. A bordo, la mamá que se quedó sola con su esposo porque sus hijos debieron emigrar, argumentaba las razones de su presencia. No se ocultaban las lágrimas cuando recordaba que es solo por teléfono como puede comunicarse con sus hijos en Perú y en España. La falta de oportunidades en Venezuela los obligó a marcharse.
El recorrido a pie incluyó caseríos, zonas empinadas, algunas con escaleras, que demandaron un mayor esfuerzo físico. Esto, sin embargo, no fue impedimento para seguir.
El acoso de los colectivos
Pasadas las 12 del mediodía llegó la caravana a San Antonio del Táchira. La meta, el puente Simón Bolívar, estaba cerca. Pero en la mente de los seguidores del gobierno estaba el empeño por evitarlo. En sus acciones también.
El hostigamiento de los colectivos se hizo presente durante todo el paso por San Antonio. El cruce a la izquierda en la redoma de San Antonio para tomar vía hacia el puente no fue posible. Encapuchados armados lo impidieron. Ya antes habían lanzado lo que varios definieron como morteros. También pasaban en moto entre las cerca de 500 personas que ya integraban una colorida y alegre marcha.
La decisión fue seguir vía Ureña, hasta llegar al puente de Tienditas. El recorrido de unos 13 kilómetros se inició con empeño, la meta estaba cerca. En el camino, los habitantes obsequiaban agua para tomar y hasta una manguera apareció para refrescar a quienes en ese momento ya tenían unas 7 horas caminando.
Las camionetas último modelo
Los caminantes divisaron una avioneta que descendía en el aeropuerto Juan Vicente Gómez. Apenas aterrizó comenzaron a salir de las instalaciones numerosas camionetas último modelo, cuyos ocupantes exhibían armas largas y cortas con las que hacían disparos al aire.
Sin inmutarse la marcha siguió. En lo que sería la última curva antes de llegar al puente de Tienditas apareció un pelotón de uniformados. Dos ballenas y al menos 50 hombres trajeados de GN, disparaban lacrimógenas y perdigones de manera inmisericorde.
De su lado salieron grupos de motorizados encapuchados y armados, disparando al aire hacia el sitio donde estaba la concentración. En principio la marcha se dispersó. Las granadas parecían nuevas, el gas pimienta picaba con mucha fuerza.
Milagros y Thais tomaron rumbo desconocido. Esquivando el gas y los perdigones llegaron a un pueblo donde los habitantes las ayudaron a cruzar una de las trochas.
La persecución a los presentes, y en especial a los periodistas, fue extrema. Pasar desapercibida era la mejor opción para mantener un poco de seguridad durante la cobertura en un escenario de conflicto extremo como este.
El monte como refugio
El monte era el mejor refugio. Con insistencia, los colectivos atravesaban la carretera que conduce a Ureña. Mostraban sus armas y la decisión de utilizarlas. “En la defensa del gobierno no hay nada que nos detenga”. La convicción de que estos sujetos tienen “licencia para matar con total impunidad” reinó en el ambiente. Salir del monte en ese momento no era una opción. Caravanas de motos con sujetos vestidos de militares también recorrían la vía.
Los heridos comenzaron a aparecer, se contaron al menos siete. Un joven detenido y por obra de Dios liberado por los militares, se unió a quienes retornaban.
Unas dos horas más tarde comenzaron a desandar el camino los últimos integrantes de la caravana que inició su recorrido a las 6:00 de la mañana a la salida de San Cristóbal. Ya sabían que los GN y colectivos habían quemado la ayuda humanitaria que intentó cruzar por el puente Francisco de Paula Santander, en los límites con Ureña. De los asistentes nadie se esperó una reacción así. En el fondo tenían la esperanza de que los militares entendieran que esas medicinas y alimentos beneficiarían, incluso, a sus familiares. Esto no ocurrió.
De regreso a la redoma de San Antonio, cerca de las 6:00 de la tarde, un recorrido por la vía que conduce al puente Simón Bolívar mostró la realidad en esa zona. Cauchos quemados, piedras, restos de lacrimógenas y negocios saqueados eran parte del panorama que retrataba lo acontecido en el lugar durante todo el día. Aún a esa hora los militares y algunos colectivos disparaban. Las camionetas último modelo seguían recorriendo el pueblo, pero esta vez escoltaban varios autobuses vinotinto con personas que gritaban a todo pulmón que esa ayuda no pasaría. Fue un espectáculo que se prolongó un buen rato.
Los rezagados de la caravana, los que se quedaron solos luego que todo el mundo regresó, tuvieron que tomar decisiones. O emprender el retorno caminando, lo que lucía muy peligroso dada la presencia de colectivos en la zona, o el refugio en alguna posada. Esta última fue la opción para seis de ellos. Un cuarto con al menos 20 camas en el sótano de una de las casas los albergó durante una noche que se sabía que podría ser muy larga. Afuera se escuchaban los disparos. La certeza de que permanecer en la redoma sería un atraco seguro y algo quizás peor, incrementaba las gracias a Dios por haber conseguido donde pernoctar. Nuevamente la solidaridad afloró y hubo quien asumió el pago por la mayoría con el compromiso de la cancelación posterior, pues muchos habían costeado unos gastos previos que los dejaron sin un bolívar.
Antes que despierten los colectivos
Antes de las 10:00 de la mañana había que estar en la calle. A esa hora salen los colectivos. Bien temprano empezó el recorrido a pie hasta Peracal, donde hay un puesto de la GN y también del CICPC, pero lo más importante, hasta donde podían llegar los vehículos sin riesgo de ser atacados por los delincuentes. La falta de gasolina, producto del impuesto cierre de las estaciones de servicio, jugó en contra de los caminantes que perdieron su medio de transporte el día anterior.
En Peracal, el diputado Ezequiel Pérez había pasado la noche junto a decenas de personas que también perdieron su transporte. Al amanecer ya estaba canalizada la llegada de un vehículo que se llevaría a quienes durmieron en la calle esa noche y también a los que se habían refugiado en posadas.
La trocha, el próximo destino
A la pregunta: Conoce alguna forma de llegar a Colombia, el diputado Pérez detuvo un vehículo. A bordo y con rumbo a la redoma de San Antonio, los pensamientos iban hacia un recorrido desconocido, peligroso según las historias bien documentadas de la zona.
“Te llevamos a la trocha, nos pagas del lado colombiano. Es seguro, nosotros te acompañamos y no te pasará nada”. Un hombre y una mujer, ambos jóvenes, ofrecían sus servicios. La negociación se transó en 50 mil pesos. La tensión del día anterior y la que se avizoraba para ese domingo 24 de febrero encarecían el costo.
Cuatro cuadras después de pasar la redoma, en sentido hacia Ureña, hay un cruce a la izquierda. Una vereda al lado de una larga pared y muchas matas cobijan un grupo de personas que esperan por la autorización de un hombre, que según comentaban los presentes era un guerrillero. Fue precisamente a ese hombre a quien el trochero le canceló una cuota que luego nos enteramos que era de 10 mil pesos.
Así inició un recorrido escarpado, caminos enmontados que conducen al paso del río Táchira. Es la trocha El Palmar, de poco más de un kilómetro de extensión, que termina en el sector La Parada del municipio Villa del Rosario, en Colombia. Es famosa por su peligrosidad y por la presencia de guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, de las desmovilizadas FARC, contrabandistas, narcotraficantes y paramilitares.
Una trocha transitada
Cientos de personas acompañan el trayecto. La mayoría habitantes de la zona que tienen en el otro lado su medio de sustento. Bolsas, maletas, ropa conformaban un equipaje que lucía más pesado a cada paso.
Muchos de ellos se desplazaban al país vecino en busca de medicinas y también de tratamientos médicos. Luis Pérez es uno de ellos. Al menos dos veces por semana debe trasladarse a Cúcuta en busca de su diálisis, porque en Venezuela los equipos del hospital al que asistía se dañaron. La falta de agua y la calidad del líquido acabaron también con sus esperanzas de curación, comentó durante una entrecortada conversación informal para hacer más corto el trayecto. El cierre de la frontera lo mantiene en tensión, pues pasar al lado colombiano se le ha hecho muy costoso.
No todo el que va por la trocha quiere hablar. Muchos bajan la cabeza ante cualquier pregunta, las cuales tampoco abundan pues en la zona los periodistas corren peligro. Se aprecian, sin embargo, personas que regresan con bolsas llenas de verduras, otras con algún paquete de harina pan o de azúcar con que paliar la escasez en Venezuela.
El paso del río Táchira es relativamente fácil. Está prácticamente seco, lo cual facilita el uso de las piedras como una inestable vía de comunicación. Unos metros más adelante se entra en territorio colombiano. La presencia de militares neogranadinos lo confirma.
El trayecto culmina en el sector La Parada del municipio Villa del Rosario. Una absoluta tranquilidad contrasta con lo ocurrido pocas horas antes. El Puente Simón Bolívar está en calma luego de los cruentos enfrentamientos registrados la víspera, cuando los voluntarios intentaron hacer pasar la ayuda humanitaria a Venezuela. Salvo por los restos del enfrentamiento, la conclusión parecía ser: Aquí no ha pasado nada. En la tarde la escaramuza se reactivó.
El día después en Tienditas
Unos 10 kilómetros separan al puente de Tienditas, en Cúcuta, de La Parada en Villa del Rosario. Un recorrido en taxi permite apreciar una ciudad tranquila y organizada, salvo algunos tramos del centro.
El puente de Tienditas se divisa a lo lejos. Tranquilo, sin el peso de las tarimas del viernes 22 cuando fue escenario del concierto Venezuela Aid Live, cuya cobertura quedó atrás por la suspensión de un viaje inicialmente pautado para el jueves.
Tampoco había rastro de las movilizaciones para presionar el ingreso de la ayuda humanitaria, que tuvieron como protagonistas al presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó; al de Colombia, Iván Duque; Paraguay, Mario Abdo Benítez y al de Chile, Sebastián Piñera.
El domingo 24 en Tienditas había calma. Al frente un campamento albergaba a los venezolanos que llegaron a Colombia a presionar por el paso de la ayuda humanitaria. El cierre de las fronteras los dejó varados en Cúcuta, donde se organizó una interesante movilización para ayudarlos.
Los donativos llegaban con frecuencia. En el albergue de Tienditas y también en el que luego se instaló en el Puente Francisco de Paula Santander, fronterizo con Ureña, la solidaridad era palpable. Zapatos nuevos, medicamentos, comida, agua, ropa eran entregados a quienes se vieron obligados a retrasar su retorno a Venezuela. No solo el paso por la frontera lo impedía, las amenazas de prisión a su regreso a Venezuela, donde serían acusados por los delitos de traición según vociferó Nicolás Maduro, los mantenían en la incertidumbre.
La historia tras el reencuentro
Allí estaban Milagros y Thais. Su historia del paso por las trochas cercanas a Tienditas era aterradora. Con los militares y los colectivos muy cerca de la carretera, varias veces debieron ocultarse en los numerosos pajonales que arropan el terreno. Tras internarse en la trocha pasadas las 2:00 de la tarde cuando la represión las separó del resto del grupo, lograron llegar a Colombia, no sin antes perderse, poco antes del anochecer. Los militares colombianos las rescataron del boscoso lugar.
En el campamento de Tienditas no estaban solo aquellos que llegaron a presionar el paso de la ayuda humanitaria a Venezuela. Había también quienes decidieron quedarse y con esa idea en mente habían llegado a Colombia. Familias enteras cruzaron la frontera, algunas con niños en brazos, para recibir los beneficios de los albergues “hasta que Maduro se vaya”.
Un puente muy movido
El puente Francisco de Paula Santander, en la frontera con la población venezolana de Ureña, fue el escenario de la dantesca quema de la ayuda humanitaria. Tres camiones incendiados en el lado venezolano del puente daban cuenta de la tozudez de un régimen empeñado en no permitir que los medicamentos y alimentos llegaran hasta un pueblo cada vez más necesitado. Los militares y los colectivos se encargaron de impedirlo.
“Como pudimos sacamos las medicinas y la comida que no se había quemado en el tercer camión. Los guardias también se robaron algunas antes de que se quemaran”, contó Alexis, un joven de la resistencia que recibió un perdigonazo de plomo en el brazo el sábado 23 de febrero, cuando junto a un numeroso grupo logró pasar con los camiones hacia el lado venezolano. Tarde entendió que se trató de una emboscada que terminó con los camiones en llamas.
La esperanza estaba en Bogotá
El lunes 25 de febrero había esperanzas en Tienditas y en el puente Santander. La reunión del Grupo de Lima generó muchas expectativas, la mayoría no satisfechas. En la tarde, los jóvenes decidieron nuevamente presionar por el ingreso de la ayuda humanitaria. El argumento era el mismo: “El pueblo la necesita” y con esa convicción traspasaron al lado venezolano del puente con la intención de retirar los camiones quemados para despejar la vía a otros posibles cargamentos.
Pasadas las 5:00 de la tarde comenzó la refriega. Los guardias no permitirían el retiro de los vehículos quemados. Como algunos lo interpretaron, los militares respondieron a una provocación de los jóvenes, pero esta tuvo su origen en los repetidos intentos por lograr el pase de la ayuda humanitaria.
Las bombas lacrimógenas aparecieron de inmediato. Los perdigones de plomo también. Decenas de periodistas se agolparon en el límite colombiano del puente para cubrir las incidencias de este nuevo altercado, que se extendió por cerca de una hora.
Desde su ubicación al final del puente, los militares disparaban con ahínco. Los heridos sobre el puente comenzaron a aparecer, al menos unos 15, incluso un hombre cuya ropa hubo de quitarse porque se prendió en fuego.
El peso que puso Dios
Uno de esos perdigones hizo impacto en la humanidad de quien esto escribe. Unas monedas colombianas guardadas en el bolsillo izquierdo unos minutos antes impidieron que el proyectil atravesase muy cerca de la ingle. Por fortuna, además del ardor, solo quedó el morado.
Uno de los camiones, quemado el sábado 23 por militares y colectivos venezolanos, volvió a incendiarse.
En el puente Simón Bolívar, en Villa del Rosario, también hubo enfrentamientos esa tarde. Decenas de heridos, algunos de ellos muy graves, se reportaron durante la jornada.
La permanente tensión en los albergues
En los albergues suele haber mucho estrés. Las amenazas del gobierno o los infiltrados que llegan haciéndose pasar por periodistas para fotografiar a todos los presentes, incluidos los periodistas, mantienen la tensión.
Hablar en un albergue de cruzar la frontera se asocia a un posible encuentro con la muerte o a detenciones arbitrarias. Pero más allá de la paranoia, esto último fue lo que ocurrió a un grupo de manifestantes provenientes del estado Mérida. El martes 26 partieron con la intención de pasar por una trocha. El gobernador de Mérida, según los comentarios, había coordinado la movilización hasta la frontera, donde trocheros previamente contactados los guiarían. “Les enviamos un mensaje para saber cómo habían llegado y la respuesta fue: A este traidor no lo volverán a ver”, comentó una mujer muy preocupada. Luego se confirmó la detención del grupo de merideños, cuyo destino era incierto.
Las malas noticias
Por eso, la llegada de Saúl Cristancho, secretario de gobierno de la Alcaldía de Villa del Rosario, puso en tensión a todos en el albergue ese martes. En lenguaje no tan diplomático anunció a los presentes que debían levantar el campamento y que les pondrían unos autobuses a disposición para llevarlos hasta el lado colombiano del puente que escogieran para pasar. Que el lado venezolano de esos mismos puentes estuviese cerrado no era algo que el funcionario quisiera considerar.
Al conversar con los periodistas el vocabulario cambió. “Vinimos aquí a suministrarles las herramientas para que puedan trasladarse hasta el puente de su preferencia para pasar hacia Venezuela, los dejaremos en el lado colombiano”.
¿Que estas personas estén contra su voluntad en Colombia, varados por una situación derivada del cierre de las fronteras, no impulsa alguna consideración?
Ellos no están en calidad de refugiados, sino en un campamento temporal que deben abandonar. Con el paso de los días se nos presentarán problemas de insalubridad e inseguridad que debemos evitar, respondió Cristancho.
Pero los puentes están cerrados. ¿Qué tiene previsto el gobierno al respecto?
Yo no puedo hablar por el gobierno, puedo hablar por la municipalidad y nosotros no tenemos nada previsto. Este es un terreno privado que debemos entregar, insistió Cristancho
El funcionario abordó rápidamente el vehículo oficial que lo trasladaba y no permitió que se le tomaran fotografías.
En la tarde, el director nacional de Protección Civil Colombia, Miguel Pérez Guarnizo, hizo el anuncio. El campamento de Tienditas debe levantarse este miércoles. “A quienes permanezcan aquí los trasladaremos a otro albergue y les seguiremos brindando apoyo”. Los funcionarios de PCC estuvieron en el campamento desde el domingo 24. Brindaron asistencia en salud en coordinación con personal venezolano, del que Milagros formaba parte.
Las amenazas a los periodistas
Conforme transcurrían los días, la situación para los periodistas se tornaba complicada. Los relatos de atropellos por parte de los colectivos en el lado venezolano, más los riesgos que confrontaron muchos durante el paso por las trochas, incrementaban las preocupaciones.
La situación motivó un comunicado en el que el Colegio Nacional de Periodistas seccional Táchira rechazaba la conducta violenta y abusiva de algunos funcionarios. “Amenazan, detienen y golpean a periodistas y demás miembros de los equipos de prensa, tanto independientes como de medios impresos, audiovisuales y digitales, nacionales e internacionales, durante la cobertura de hechos noticiosos”.
Los relatos de agresiones a periodistas, recogidos por Judith Valderrama en el trabajo las 48 horas más dantescas de la prensa en Venezuela publicado por el Diario de Los Andes, daban cuenta de la situación de inseguridad que rodeó el ejercicio periodístico desde el 23 de febrero, fundamentalmente en el lado venezolano de la frontera.
En Tienditas había preocupación. Llegar a La Parada y luego atravesar la trocha era motivo de angustia. No debía hacerse en grupo, ya había antecedentes de agresiones por esa causa. Tampoco debíamos identificarnos como periodistas, seguramente seríamos detenidos y despojados de los equipos.
Con esta convicción, tanto el equipo fotográfico, como el carnet y cualquier indumentaria que vinculara con el ejercicio del periodismo debió quedarse en Colombia. Resguardar la integridad en ese momento era lo prioritario.
También era necesario notificar a los compañeros, al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa o al Colegio Nacional de Periodistas en la seccional de Táchira. “Pásame el teléfono del trochero con el que te irás”, era la petición de Marco Ruiz, secretario general del SNTP. “Avísame al salir y al llegar” pedía Sandra Rondón, secretaria general del CNP Táchira.
El difícil retorno: Volver a la trocha
Así inició el trayecto de regreso. Junto a Milagros, pues su mamá Thais decidió partir pero rumbo a Barranquilla. En La Parada hay de todo lo que escasea en Venezuela. Treinta pastillas de acetaminofen se venden en mil pesos, el equivalente a mil bolívares. Hay pastillas para la tensión, para el dolor de cabeza y protectores gástricos. También hay leche La Campiña en 8 mil pesos el kilo o dos kilos 700 gramos de jabón en polvo en 11 mil bolívares.
Allí varios trocheros ofrecen sus servicios. Pero hay que despistar a todos. Nadie puede saber que se trata de una voluntaria del campamento y de una periodista. Tras al menos una hora de caminar por La Parada comenzó el trayecto hacia la trocha El Palmar. El trochero guiaba los pasos, esta vez la transacción fue por la mitad. Afortunadamente la tensión comenzaba a ceder.
La entrevista que no pudo hacerse
A la salida de La Parada, en el inicio del recorrido por la trocha, un hombre venía escoltado por varios militares colombianos y un equipo periodístico. Al parecer se trataba de un militar que había desertado. Se apreciaba como un oficial de mayor jerarquía, pero el contacto con él, la entrevista, debió ser pospuesta. En la trocha identificarse como periodista, aunque sea en el lado colombiano, puede implicar serios problemas al llegar al lado venezolano. La integridad personal fue la prioridad
En el trayecto esta vez se apreciaban vendedores de agua, refrescos y chucherías. Había tanta gente atravesando como el domingo 24, pero estas venían más calladas. Quizás muchos vendrían de los albergues, pero nadie lo comentó.
Ya en el lado venezolano un hombre pidió revisar los bolsos.
¿Hacia dónde van por ahí”?
-Hacia San Cristóbal, respondimos
¿A qué parte de San Cristóbal?
A San José
Ya hay transporte?, preguntamos
-Si, ya los carros están saliendo porque ya abrieron las bombas. Siga, no hay problema, se despidió.
Quedará la duda sobre lo que habría pasado si este hombre hubiese encontrado algún implemento periodístico en los bolsos. Según el trochero, se trataba de un guerrillero del ELN. Ellos requisan los bolsos en busca de objetos imprecisos.
Unos metros más adelante y tras pasar el río Táchira, en el lado venezolano un grupo de más de 50 hombres que reposaban a la sombra de las casas en terrenos cercanos a San Antonio del Táchira, incrementó el temor. No mirarlos era lo inteligente, todos saben que son guerrilleros, apuntó el trochero.
Desde ese punto, un carro por puesto que ofrecía el traslado hasta San Cristóbal ponía fin a la experiencia. Junto a Milagros y una pareja con sus dos hijos, que también había salido del albergue, se iniciaba el retorno a la ciudad en calma, esa en la que cinco días después del intento fallido de ingreso de la ayuda humanitaria no había resto alguno de tensión.